Participamos:
Agustín, Facundo, Mariana, Ramiro, Rocío, Sofía y Agustina (que llega tarde porque viene corriendo del colegio que queda re-lejos)
Es jueves. Hace muuucho,
muuucho frío. Estamos un poco cansados y protestones. ¿Qué nos pasa?
-
Nos despertamos “con el pie
izquierdo”, dicen. (Peor sería levantarse SIN el pie izquierdo, no?)
Nos despertamos de mal humor… ¿Por qué nos despertamos de mal humor?
- Cuando me despierto de mal humor es porque: me caigo de la cama, me despierto muuuuuuuuuuuuuy temprano y no desayuno bien – explica Agustín.
- Me despierto de mal humor cuando tengo prueba, enfatiza Faku
- Me molesta que me despierten cuando estoy durmiendo, dice Ramiro.
- Como que me molestan. Me molesta que me desierten a las 08:01. Me molesta que me peguen cuando duermo, explica Sofi.
Pero Rocío asegura que ella nunca está de mal humor.
Y como de monstruos hay muchos cuentos…
empezamos a contar uno:
¡Silencio, niños! – Ema Wolf
La lectura estuvo a cargo de Sofía (que, cuando
se cansaba de leer era reemplazada por Agustín o por Mariana y cuando se
cansaba de escuchar, pedía leer de nuevo…)
La Momia entró al aula y todos
se pusieron de pie.
- Buenas tardes – saludó.
- Bue-nas-tar-des-se-ño-ri-ta – le contestaron.
La Momia se puso los anteojos, sacó del escritorio
el cuaderno de asistencia y empezó a pasar lista.
- Drácula.
-
¡Presente!
- Frankestein.
- ¡Presente!
Y siguió.
- Garramunda.
- ¡Pdecente, ceñodita! – contestó una bruja ceceosa.
- ¿Dónde está el Lobisón? – preguntó la Momia -. ¿Hoy también faltó?
Un espectro verdoso se levantó de su asiento y
dijo respetuosamente:
- Sí, faltó. Me mandó decirle que su abuelita todavía está enferma.
En el fondo del salón dormía
un oven ogro. Roncaba como un santo. Era uno de los más grandes y había
repetido seis veces primer grado.
La Momia lo despertó tirándole
el borrador en la nuca. Era su alumno favorito.Por fin, todos estuvieron listos para empezar la clase. No volaba una mosca.
La Momia se plantó frente al pizarrón y aclaró la garganta.
- Buem. Abran el manual en la página 62. Hoy vamos a aprender a atravesar
paredes, algo muy útil en la vida. Si lo aprenden como es debido podrán
aterrorizar a mucha gente y hacer ¡muuuuucho daño a la humanidad!
Aquí la Momia se emocionaba. Siempre que hablaba de hacer daño a la humanidad se le humedecían los ojos.
Frente al libro abierto, los alumnos leían a coro. El Atravesamiento de Paredes era una lección más bien práctica. Uno a uno fueron ejercitándose.
Primero atravesaron una
plancha de telgopor.
Después una madera de dos
pulgadas.Por último tenían que atravesar la pared que daba al salón de actos, de donde los echaban porque un grupo de compañeritos estaba ensayando ”La canción de la araña”.
El más hábil de todos resultó ser el fantasma. Eso de atravesar paredes se lo habían enseñado sus padres de chiquito.
También había un vampiro bastante habilidoso. Atravesaba con elegancia.
Hacia el final de la clase le tocó el turno a Frankestein.
La maestra lo llamó al frente.
Pasó.
Se ajustó el cinturón, se llenó los pulmones de aire para hacerse más esponjoso, cerró los ojos y avanzó decidido hacia la pared.
Muchos años después, ya jubilada, la Momia seguiría recordando aquel día extraordinario.
El choque fue terrible.
La cabeza de Frankenstein sonó como una caja de tuercas lanzada contra una escollera, pero él ni pestañeó. Un salpicón de bisagras, remaches, astillas y peladuras roció a todos los que estaban.
La maestra pegó un grito creyendo que su alumno se desarmaba. Corrió a ayudarlo, pero Frankie estaba decidido a avanzar.
Y avanzó.
Era un muchacho sólido, tenía amor propio, y no lo iba a detener una pared.
Pasar, pasó.
Abrió un boquete de cuatro metros por dos y arrasó el piano que estaba del otro lado. Los integrantes del coro aplaudieron. Detrás de él la pared entera se derrumbó y con ella parte del cielorraso. Unas grietas horrorosas aparecieron en el techo del salón de actos.
A Frankenstein le pareció un triunfo total. Estaba dispuesto a demostrarle a su maestra lo bueno que era para esas cosas. Así que arremetió contra la pared que daba al patio con el ímpetu de un tren de carga.
Alumnos y maestros empezaron a correr hacia la calle porque el edificio entero se resquebrajaba. Los murciélagos levantaron vuelo en estampida.
Frankie siguió atravesando paredes, una tras otra, siempre con el mismo éxito.
Cuando atravesó la última, el dificio, viejo y ruinoso como era, se vino abajo.
Desde la vereda de enfrente, todos miraban alborotados el radiante cataclismo. El portero tosía en medio del polvo desmoronado.
La Momia corrió a rescatar a Frankenstein de entre los escombros. Estaba averiado pero contento. Enseguida le vendó las partes machucadas. Después lo miró babeante de orgullo y le dio un beso.
Evidentemente no era lo bastante transparente, poroso y aéreo como para atravesar paredes. Pero en cambio, era un genio para los derrumbes. En toda su vida de maestra nunca había visto una catástrofe tan completa. Se imaginó que con un poco de práctica Frankie podía causar desastres mundiales.
Ese mes le escribió en la libreta de calificaciones: “Te portas cada día peor. ¡Adelante! ¡Sigue así!”.
¿Qué monstruos famosos aparecen en este cuento? ¿Tenemos un monstruo preferido? ¿Quién es? ¿Cómo es?
-
¿Lo podemos dibujar?
-
Claro que sí…
-
A Frankestein le gusta jugar,
pero lo que no le gusta es el mueble, como yo.
-
¿Qué mueble, Ramiro?
-
El mueble oscuro, cerrado,
grandote, lleno de libros que está en mi cuarto y me da miedo.
-
¿Te dan miedo los libros?
-
No, los libros no. Me da miedo
el mueble.
- Yo le tengo miedo a un espejo
donde una vez mi mamá vio una luz y yo otra vez vi una sombra. Le pedimos a mi
papá que lo tapara. Mi papá lo sacó del pasillo y lo puso en el baño. ¡¡Ahora
es peor!!”
Mientras tanto, Agustina escribe:
“Un monstruo es igual a un ser humano, sólo que es más deforme – aunque ellos
piensan que nosotros somos deformes -.Mis monstruos preferidos son los demonios, que generalmente son los que están con el diablo.” (Su demonio dibujado es una chica de hermoso perfil, de largo cabello castaño y alas de murciélago).
Los demás preferimos inventar nuestros propios monstruos:
El de Mariana se llama Momipiro (es una mezcla de momia humana y vampiro con alas y colmillos). Tiene una edad de 1.207 años (y es joven todavía) y su apellido es Santa Maldad. Como si Momipiro hablara de sí, dice:
“Hola. Yo me llamo Momipiro. Soy un monstruo de la ciudad de Monstruolandia.
Me gusta comer bichos y cualquier cosa que se me cruce en el camino.
Vivo en una cueva con mis amigos, los murciélagos.
Mi sueño es ser el mejor monstruo de Monstruolandia.
Bueno, los dejo, me voy a comer que ya tengo hambre !!”
Sofi imagina esto:
“Mi fantasma es rosa. Se llama Sofía. Es muy bobo: quiso travesar paredes y no pudo. Tiene 11 años.” (el retrato de este fantasma es muy muy dulce…)
El monstruo que “creó” Faku es “Comidan” (en su aspecto se parece bastante a un vampiro de ojos rojos): “Un gran mosntruo con pies grandes, panza y cabeza. El asusta a mucha gente, come mucha comida y cuando camina por las veredas se marchitan las flores.”
El monstruo que escapó de la imaginación de Agustín se llama Sharckiman (una especie de pulpo armado con reactores nucleares de dos cabezas sentado en un banquito)… “cada cosa que piensa se hace realidad si él quiere. Su temor es comer vegetales y su debilidad es el frío que supere los 30° bajo cero (ni con su mente soluciona eso)”.
¿Qué cosas le pasarán a un monstruo en su vida? ¿Cómo será un día de monstruo?
Un monstruo en la calle Olavarría – Juan Alberto Ramos Madero
El sol trepa hasta los techos de las casas de la calle Olavarría y enredado entre las antenas de televisión, ve llegar a un destartalado camión que avanza lentamente, tosiendo humo, y se detiene finalmente frente al número…
¡Pucha, me olvidé el número de la casa!
Bueno, no importa. Seguro que la conocen, es una de ventanas altas y desvencijadas, con todos los vidrios rotos.
La que casi no tiene techo. Esa con el jardín derrotado por los yuyos y rodeada por una reja de puntas oxidadas y retorcidas como garras.
Cuando los chicos del barrio tienen que pasar por allí, cruzan a la otra vereda.
Y los grandes también.
En fin, es una casa ideal para una película de miedo.
O para un cuento como este.
Pero sigamos con la historia: del camión desciende una cosa rara mientras el vehículo se aleja.
La claridad del amanecer permite ver que se trata de un monstruo verdaderamente monstruoso.
Para que se den una idea, les digo que tiene el pelo color zanahoria, la nariz como una berenjena roja, es jorobado, con dos ojitos vidriosos, tres verrugas y mal aliento.
Por si fuera poco, viste una larga capa negra que oculta sus pies, seguramente deformes.
Su mirada recorre las casas vecinas y la temperatura baja cuatro grados en la zona.
Al sol se le escapa un rayito de luz que resbala por los tejados y cae cerca del monstruo. Entonces se pone en movimiento: cruza la verja que rechina y entra en la mansión destruida.
Cuando cierra la puerta los pajaritos se atreven a cantar.
Y empieza el día.
Doña Luisa toma su lugar en la vereda, de tras de la escoba, mientras el barrio se despereza. Arrinconando hojas, tierra y ramitas contra el cordón, saluda al diariero que pasa en bicicleta y escucha el alboroto de grillos mecánicos de los despertadores sacudiendo la modorra de la cuadra.
Don Carlos, su marido, toma el último mate tarareando un tango, apaga la radio y sale. Se despide de ella con un beso y corre detrás de un colectivo lleno de gente. El conductor, al verlo llegar, acelera para que no lo alcance y se aleja riéndose, vaya uno a saber por qué.
Don Carlos, acostumbrado, se queda en parada silbando bajito otro tango. A sus espaldas crece una larga fila de hombres y mujeres decididos a empezar otra mañana trabajando.
Diego y Laurita saludan a su mamá y se van medio dormidos para la escuela.
Doña Luisa los acompaña hasta la esquin y los ve sumarse a la columna de guardapolvos blancos que entran en la escuela como en un embudo.
En el bar de Manuel los jugadores de truco y dominó van acomodándose lejos de las ventanas.
Las amas de casa recorren negocios buscando mejores precios y los chicos que van al cole a la tarde brotan vitales por las calles entre pelotas y triciclos.
En fin, un día más.
Con un chirrido que me pone los pelos de punta, se abre la puerta de la casa en ruinas.
Con pasos lentos, el monstruo sale a la vereda.
Y todos los pajaritos dejan de cantar.
Y empieza a llover.
El del pelo color zanahoria pasa frente al jardín de la casa de Toto y se caen las flores de todas las plantas.
El gato que descansaba sobre el muro huye maullando con los bigotes enrulados.
Maxi elude a Sebastián y a un árbol.
Cuando patea Federico, en vez de atajar, sale corriendo.
Contento, el chico se da vuelta para festejar el gol y se abraza al monstruo. Del susto se le caen dos dientes de leche y el jopo.
Leonor al verlo a través del vidrio de la verdulería, cae desmayada y Cuqui se queda sin saber con quién se peleó ayer la del 3° C.
Cuando el de la nariz como una berenjena roja llega a la esquina, el semáforo se pone violeta.
Imparable, el de los ojos vidriosos entra al bar y los jugadores de truco se zambullen por las ventanas hacia afuera. Manuel se encierra en el baño de hombres y grita: - ¡Ocupado!.
Impasible, el de las tres verrugas abandona el local y cruza la calle.
A su alrededor se estrellan automóviles, lloran los bebés y se apagan los televisores.
Todo es confusión, pero él sigue su camino atravesando la placita del barrio.
A sus espaldas, un bebedero lanza un chorro de humo, las hamacas se enrollan en lo alto y el tobogán se hunde en la arena.
Finalmente se detiene, escoge un banco en la sombra y se sienta a descansar.
Minutos más tarde ve llegar una masa compacta de caras indignadas, palos, ruleros, puños y piedras.
El de los pies seguramente deformes saca una aspirina de su larga capa negra, se acerca al bebedero y la toma con un largo trago de humo. Con gesto resignado, vuelve a sentarse.
La multitud entra rugiendo en la plaza y se abalanza sobre él.
Cuando Don Carlos vuelve del trabajo, Doña Luisa le cuenta las novedades del día: Laurita se sacó insuficiente en fracciones, Diego va a actuar en el acto del día del maestro, aumentó el pan y la leche y apareció un monstruo en el barrio, pero ya se solucionó.
Como Don Carlos está de buen humor, no reta a Laurita por la nota de la prueba.
Mientras la noche acorrala a la luz en las bombitas de la calle, el viejo camión regresa tosiendo hasta la plaza desierta. Dos hombres de delantal blanco bajan de él.
En una caja azul, con mucho cuidado, pala y escoba, recogen lo que quedó del monstruo, lo suben al vehículo y se alejan de la calle Olavarría.
Una hora más tarde llegan a una casita de tejas negras.
Una mujer de larga cabellera sale a recibirlos.
Los de delantal blanco le entregan la caja y se marchan.
La mujer entra, cierra la puerta y dice:
- ¡Chicos, llegó papá del trabajo!
Dos monstruitos bulliciosos rodean a la madre. Entre todos sacan al padre de la caja y lo arman como un rompecabezas.
Al terminar, la esposa le coloca la capa.
El monstruo sonríe y pregunta:
- ¿Falta mucho para cenar? ¡Estoy molido!
Nos vemos el martes... ¡Buen finde! |