Colores malditos, de Fernando De Vedia
del libro Las espantosas historias de Morton Fosa cuidafantasmas
-"¡Qué suerte que tengo!", pensó Ezequiel hojeando un libro para colorear que había encontrado en la plaza mientras jugaba a la pelota con sus amigos.
El libro era nuevo, con muchos dibujos para pintar, asi que Ezequiel no dudó en llevárselo a su casa y encerrarse en el cuarto para buscar sus marcadores.
Entre dibujos de autos, animales y paisajes le llamó la atención un póster desplegable suelto en la mitad del libro con la imagen de un chico de pelo enrulado sin peinar. Sus ojos redondos como dos huevos fritos y la boca abierta en expresión de asombro hicieron que a Ezequiel se le erizara la piel con la misma inquietud que sentía cuando se quedaba despierto hasta tarde en la noche viendo una peli de miedo. Un poder hipnótico lo atrajo hacia el dibujo, impidiéndole dejar de mirarlo.
Cuando tomó un marcador para comenzar a pintarle el pelo, algo extraño sucedió: un cosquilleo intenso le recorrió la cabeza, pero Ezequiel no le dio importancia y continuó pintando. Mientras le coloreaba los ojos recibió otra señal al nublarse su vista por un instante. Siguió con la cara, la ropa hasta que al pintarle los brazos notó que sus propios brazos se ponían blancos; el color de su piel... ¡había desaparecido! Aturdido, corrió hacia el espejo llevado por un presentimiento horrible.
- ¡¡Ahhhhhggg!!! - gritó espantado al ver lo que vio.
Ahí estaba él, blanco por completo, mirándose con los ojos redondos como dos huevos fritos y la boca abierta con expresión de asombro. Su pelo, su cara, sus brazos, su ropa, todo era blanco. Parecía que el dibujo le había absorbido cada color del cuerpo. No supo qué hacer, ni siquiera pudo pensar en nada porque su mente también estaba en blanco.
Ezequiel se sintió débil. Al mirarse de costado descubrió que su cuerpo era ahora más delgado que un papel y, en medio del horror, observó algo detrás, moviéndose, algo que le resultaba tenebrosamente familiar. Creyó que sus nervios lo estaban traicionando, que lo hacían ver cosas raras, hasta que lo descubrió reflejándose en el espejo: ¡era el chico del dibujo!
Paralizado por el miedo no pudo evitar que el chico se le acercara. Dio dos vueltas en círculo a su alrededor, caminando con pasos lentos, con una sonrisa en la boca. De pronto el miedo cesó. Ezequiel ya no sentía nada. Luego el chico lo miró directo a los ojos, lo tomó de los hombros y, tras plegarlo en cuatro igual que un póster, lo metió adentro del libro para colorear. Ezequiel gritaba pero ya nadie podía oírlo: el chico había arrojado el libro por la ventana.
- "¡Qué suerte que tengo!", pensó Javier mientras hojeaba un libro para colorear que acababa de encontrar tirado en la calle. El libro era nuevo, con muchos dibujos para pintar, así que no dudó un instante y se lo llevó a su casa...
Si hoy disfruto escribiendo cuentos de terror
es porque tuve una infancia sin miedos.
Fernando De Vedia