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miércoles, 28 de septiembre de 2011

Microrrelatos de Miedo y Misterio 2

[Para lectores expertos]
Esta vez le toca a tus hermanos (o a tus primos) más grandes.
(correte de la pantalla y haceles lugar...)

En el post anterior tuviste una referencia a Edgard Allan Poe.
Poe, nacido en el sur de los Estados Unidos (1809-1849) es uno de los grandes escritores de la literatura universal: un maestro del relato corto. Además de recordarlo por sus cuentos de terror y sus relatos detectivescos, fue poeta, crítico y periodista.
Podés encontrar muchas referencias biográficas buscando en la web
(probá en http://es.wikipedia.org/wiki/Edgar_Allan_Poe).

Este video es una adaptación de uno de sus relatos más famosos: El corazón delator.



"Salvo que una educación implacable se le cruce en el camino,
todo niño es en principio gótico."Julio Cortázar
El corazón delator
Edgar Allan Poe
(Texto completo - Traducción: Julio Cortázar)

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia. Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.
Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.
Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:
-¿Quién está ahí?
Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.
Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.
Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.
Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.
¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.
Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.
Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.
Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!
Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?
Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.
Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.
Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!


Si llegaste hasta aquí, va el premio: una fabulosa adaptación a la historieta realizada por Alberto Breccia (incluida en el libro Breccia Negro - Buenos Aires, Ediciones Record, 1978)




¿de cuántas maneras distintas podés leer un mismo relato?
video / texto / historieta... ¿cómo lo disfrutaste más?

Notas:

(1) El uruguayo Alberto Breccia (1919-1993) fue un maestro del collage y la tinta. Entre sus muchísimas obras maestras te recomiendo: El eternauta (2a. versión.) con el escritor Oesterheld.

(2) El corazón delator tiene otra interesante adaptación en historieta de Horacio Lalia, incluida en el libro La mano del muerto y otras historias de horror (Buenos Aires, Ediciones Colihue, 2001. Colección Narrativa Dibujada (enedé), Serie Sobrevivientes).

martes, 27 de septiembre de 2011

Microrrelatos de Miedo y Misterio 1


Vincent (1982), de Tim Burton (subtitulado)


Timothy "Tim" William Burton es un director, productor, escritor y diseñador estadounidense (nació en California el 25 de agosto de 1958).
En sus películas se despliegan mundos imaginarios góticos y oscuros con personajes inadaptados y enigmáticos.
Estoy segura que podés reconocerlo en su última película: Alicia en el país de las Maravillas (2010), y en otras como: Batman (1989) - y Batman Return (1992) y Batman Forever -,  Beetlejuice (1988), Charlie y la fábrica de chocolate (2005), Big Fish (2003)  y más... y en dos largometrajes animados espectaculares: The Nightmare Before Christmas (1993) que traducida fue: El extraño mundo de Jack y El cadáver de la novia (Corpse Bride, del 2005) .
Este corto: Vincent, producido en 1982, es una adaptación de su propio poema escrito bajo el concepto de microrrelato infantil e influenciado por las viejas películas alemanas de los años '20, los terroríficos estelares de Vincent Price (que pone su voz en la narración) y los relatos de Edgard Allan Poe.  
Te lo posteo en dos versiones: subtitulado y en español.
No tenés excusa para no disfrutarlo.


Vincent (1982), de Tim Burton (en español)


Muchas de las cosas que ves cuando eres niño permanecen contigo ...
Pasas la mayor parte de tu vida intentando asimilar esas experiencias.

Tim Burton, My Art and Films

jueves, 22 de septiembre de 2011

Microcuento 5

Cada día hay montañas nuevas.
Uno se levanta, abre la ventana y ahí están,
relucientes,
con un copo de nieve recién caída en la cima,
siempre distintas de las montañas del día anterior.
Muy bonito.
El problema es de noche,
cuando caen las montañas viejas,
cuando se mueven las rocas y
la construcción avanza a gran velocidad,
justo a la hora en que uno trata de dormir,
con todo ese ruido.
Eduardo Abel Giménez

Microcuento 4

Amores verdes
Silvina Rocha

Rafael camina entre los surcos. A un costado, los tomates; más adelante, los rabanitos; las aromáticas, a la derecha. En el fondo, los frutales: limones, mandarinas, naranjas y paltas. “La” palta que Rafael espera que madure. Pasa enero y febrero, pero la palta sigue verde. Ésa sigue verde, mientras las demás van tomando color berenjena. Todos los días Rafael espera. Quiere ésa, la que no madura. En marzo la palta sigue pequeña y brillante. Todas las demás ya se pudrieron.
Rafael - cae de maduro - también se queda verde.

Microcuento 3

Abreviado - Silvina Rocha

A la distancia, el poeta redacta un telegrama. Mira al cielo, escribe inspirado:
AMADA MÍA NECESITO EL AIRE QUE RESPIRAS. NO SOPORTO LA DISTANCIA. NECESITO TU ALIENTO. TU CORAZÓN LATIENDO CERCA DE MI. POR FAVOR NO ME DEJES. VUELVO PRONTO. TINCHO
El poeta mete las manos en sus bolsillos y solo encuentra unas pocas monedas. Le ruega al telegrafsta que lo envíe, que es de vida o muerte. El hombre, que no y que no. Tincho suplica, se hinca de rodillas, llora y negocia.
A Mía le llega:
NECESITO AIRE. NO SOPORTO TU ALIENTO. NO VUELVO. TINCHO.

Microcuento 2

Prodigio - Pamela Archanco

Hizo un gesto mínimo.
Pero fue de amor.
Y bastó.

Microcuento 1

Un niño y otro -  Pamela Archanco

Había una vez un barrio,
que tenía una casa, que tenía un cuarto, que tenía una ventana por la que miraba un niño, lejos, muy lejos, donde no podía estar.Y había otro niño, que corría veredas, que remontaba árboles, que volaba bicicletas, entre risas y amigos, mientras el sol se hacía tan fuerte que costaba mirar.
Los días de lluvia eran más tristes porque el agua barría hacia adentro a todas las personas.
Un día escuchó el golpe suave de una piedra contra el vidrio. Era el otro.
–¡Hola! ¿Salís a jugar?


miércoles, 21 de septiembre de 2011

Palabras en el aire

Mirá este video.
Disfrutalo.
Imaginá las palabras.
Sentilas.


domingo, 11 de septiembre de 2011

Invenciones




Curriculumpor Eduardo Abel Giménez

Carlos Clemente Contreras, contador.
Currículum:
Cría cuervos con canas, cabras con cuernos curvos, coloridos colibríes, ciervos con caparazón.
Caza conejos.
Come codornices casi cotidianamente.
Confunde coyotes con carneros.
Cumple con cada compromiso.
Comprende cualquier cosa complicada.
Construye caminos, calles, carreteras, calzadas.
Colabora con causas comunes: caridad con ciegos carenciados.
Compra cien claveles claros, cinco carpetas cuadradas, cuatro cuadros clasicistas.
Canta canciones cómicas.
Cuenta cuentos célebres (Cortázar, Cervantes, Casares).
Confecciona camisas celestes con cuello caído.
Camina cojeando.
Completa crucigramas con criterio científico.
Cobra caudalosas cuotas cada cuatrimestre.
Cincela cadenas cortas con cobre.
Cultiva cereales (cebada, centeno), cebollas, ciruelos, cerezos, crisantemos, calas.
Conduce catamaranes con copiloto, carricoches, colectivos, canoas.
Cava cuevas.
Cocina con condimentos caseros: cangrejos, canelones, cordero.
Corta cintas con cuchillo.
Colecciona cajas cubiertas con cartón corrugado, casetes con composiciones clásicas (clave, contrabajo, corno, corneta, clarín, clarinete), ceniceros con colillas calcinadas.
Cena café con crema, caldo concentrado con colorantes, cerveza, canapés, cognac caliente, conservas, congrio congelado.
Calza cuarenta.
Celebra cumpleaños.
Como copresidente, coordina comisiones consultivas con contados colegas.
Corroe cimientos con cloro.
Comenta cine.
Combina colores cualesquiera.
Conoce Canadá, Corea, Cuba, Ceilán, Constantinopla.
Como colofón, computa cifras contables.

(con copia certificada... conste)

Invenciones

Te regalo una muestra para que sepas cómo hacerlo.

Animate a armar un mini-libro como este (o parecido).
Las palabras y las imágenes están en tu imaginación. Descubrilas.


jueves, 8 de septiembre de 2011

Preguntas

Un poema de Esteban Valentino


Yo les pregunto a mis dos canarios:
¿en dónde viven los solitarios?
Yo le pregunto al grano de alpiste
¿en dónde vive la gente triste?

Yo les pregunto a los largavistas
¿en dónde viven los egoístas?
¿en dónde viven los que no quieren,
los apurados,
los que no pueden?

Yo les pregunto a los que más pesan:
¿en dónde viven los que no besan?


¿en dónde viven, decime brisa, los que odian a la risa?

en fin mi duda grande, grandota:
¿en dónde come, en dónde juega,
en dónde vive la gente rota?

El hombre que espera...

El árbol de lilas

María Teresa Andruetto
Ilustraciones de Liliana Menéndez
Para Alberto

UNO

Él se sentó a esperar bajo la sombra de un árbol florecido de lilas.

Ilustración de Liliana Menéndez






Pasó un señor rico y le preguntó:
¿Qué hace sentado bajo este árbol, en vez de trabajar y hacer dinero?
Y el hombre le contestó:
Espero.

Ilustración de Liliana Menéndez












Pasó una mujer hermosa y le preguntó:
¿Qué hace sentado bajo este árbol, en vez de conquistarme?
Y el hombre le contestó:
Espero.

Ilustración de Liliana Menéndez
Ilustración de Liliana Menéndez




Pasó un niño y le preguntó:
¿Qué hace Usted, señor, sentado bajo este árbol, en vez de jugar?

Y el hombre le contestó:
Espero.




Pasó la madre y le preguntó:
¿Qué hace este hijo mío, sentado bajo un árbol, en vez de ser feliz?
Y el hombre le contestó:
Espero.


DOS


Ella salió de su casa.
Cruzó la calle, atravesó la plaza y pasó junto al árbol florecido de lilas.
Miró rápidamente al hombre.
Al árbol.
Pero no se detuvo.
Había salido a buscar, y tenía prisa.


Él la vio pasar,
alejarse,
volverse pequeña,
desaparecer.
Y se quedó mirando el suelo nevado de lilas.


Ella fue por el mundo a buscar.
Por el mundo entero.

Ilustración de Liliana Menéndez

En el Este había un hombre con las manos de seda.
Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
Lo siento, pero no,
dijo el hombre con las manos de seda.
Y se marchó.

En el Norte había un hombre con los ojos de agua.
Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
No lo creo, me voy,
dijo el hombre con los ojos de agua.
Y se marchó.

En el Oeste había un hombre con los pies de alas.
Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
Te esperaba hace tiempo, ahora no,
dijo el hombre con los pies de alas.
Y se marchó.

En el Sur había un hombre con la voz quebrada.
Ella preguntó:
¿Sos el que busco?
No, no soy yo,
dijo el hombre con la voz quebrada.
Y se marchó.


TRES

Ella siguió por el mundo buscando, por el mundo entero.
Una tarde, subiendo una cuesta, encontró a una gitana.
La gitana la miró y le dijo:
El que buscas espera, bajo un árbol, en una plaza.


Ella recordó al hombre con los ojos de agua, al que tenía las manos de seda, al de los pies de alas y al que tenía la voz quebrada.
Y después se acordó de una plaza, de un árbol que tenía flores lilas, y del hombre que estaba sentado a su sombra.
Ilustración de Liliana Menéndez







Entonces se volvió sobre sus pasos, bajó la cuesta, y atravesó el mundo. El mundo entero.
Llegó a su pueblo, cruzó la plaza, caminó hasta el árbol y le preguntó al hombre que estaba sentado a su sombra:
¿Qué hacés aquí, sentado bajo este árbol?
Ilustración de Liliana Menéndez








Y el hombre dijo con la voz quebrada:
Te espero.
Después él levantó la cabeza y ella vio que tenía los ojos de agua,
la acarició y ella supo que tenía las manos de seda,
la llevó a volar y ella supo que tenía también los pies de alas.




Liliana Beatriz Menéndez es artista plástica e ilustradora de libros para niños. También escribe y publica artículos y pequeños ensayos acerca del tema de la ilustración en los libros para niños, lectura de imágenes y análisis de obras de autores-ilustradores. Es miembro del Foro de ilustradores. Ilustró más de 60 libros para niños y sus ilustraciones más conocidas son las que realizó para los libros de Graciela Montes en las colecciones de Mitología Griega y los Cuentos de las Mil y una Noches. Actualmente vive y trabaja en Córdoba, su lugar de nacimiento. Su página web es: www.lilianamenendez.com.ar

jueves, 1 de septiembre de 2011

Encontrarnos / Reencontrarnos

Entre los africanos, cuando un narrador llega al final de un cuento, 
pone su palma en el suelo y dice:
aquí dejo mi historia para que otro la lleve. 
Cada final es un comienzo, una historia que nace otra vez, un nuevo libro.
Así se abrazan quien habla y quien escucha,
en un juego que siempre recomienza
y que tiene como principio conductor, el deseo de
encontrarnos alguna vez completos en las palabras que leemos o escribimos,
encontrar eso que somos
y que con palabras se construye.
Para escribir una y otra vez lo que nos falta,
la escritura nos conduce a través del lenguaje,
como si el lenguaje fuera —lo es— un camino
que nos llevara a nosotros mismos.

de la ponencia presentada por María Teresa Andruetto en el I Congreso Internacional de Literatura Infantil y Juvenil organizado por el Centro de Propagación de Literatura Infantil y Juvenil (Ce.Pro.Pa.L.I.J.), de la Universidad Nacional del Comahue (Cipolletti, provincia de Río Negro, setiembre de 2001).