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domingo, 3 de julio de 2011

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La aldovranda en el mercado - Ema Wolf

La aldovranda vesiculosa entró en el mercadito.
Como era una planta carnívora, venía a buscar algo para la cena.
Así que fue derecho a la carnicería y se puso en la cola con las otras viejas.
Delante de ella había una con un perro enano, del tamaño de un monedero, friolento y quejoso.

La aldovranda lo miró con gula. Se relamió.
- ¡Qué lindo perrito! ¡Y qué chiquito! Seguro que hace pis en un bonsai !- Hizo ademán de agarrarlo. - ¿Me deja tenerlo?

La mujer, horrorizada, escondió el perro en el escote.
La planta ponía muy nerviosa a la clientela.
Sin nombrarla directamente, brotaron alrededor de ella comentarios maliciosos:
- Yo a mis plantas las alimento con agua y abono, no con milanesas…- ¡Pero si este mundo es una degeneración, m’hija! ¿No ve que están desapareciendo todos los gatos del barrio?La planta, como si oyera llover.
El carnicero la apreciaba: era una buena clienta y se comía todas las moscas del negocio. Ella le sonreía. La simpatía era mutua.

En cambio, la aldovranda odiaba al verdulero del puesto de enfrente. ¡Cómo alguien podía vender vegetales para que otros se los comieran!
Cada vez que el hombre pasaba a su lado rumbo a la balanza con los brazos rebalsando mandarinas, le susurraba en el oído: “¡Caníbal!”.
El verdulero soñaba con verla hervida.
Pero más la odiaba por todo lo que venía después.
Esta vez, como otras, la aldovranda empezó con su rutina:
-¡AY! - gritó entre dos suspiros - ¡ESAS TRISTES ZANAHORIAS DESENTERRADAS!

Al rato:
-¡OH, POBRES PEREJILES MUSTIOS! ¡POBRES ESPINACAS PRISIONERAS!

La gente se puso incomodísima.
El verdulero miró al carnicero con furia acusadora por tener semejante cosa entre su clientela. El carnicero la defendió con el alma en los ojos.


Ella siguió:
-¿CUÁL FUE EL PECADO DE ESOS ZAPALLITOS PARA QUE LOS ARRANCARAN TIERNOS DE LA PLANTA?


El mercadito se llenó de comentarios.

La cola de la verdulería se puso a defender al verdulero. La de la carnicería se sintió en el deber de ser fiel al carnicero aunque la aldovranda no fuera santa de su devoción.
Discutieron. Se juntó más gente.
- ¡Hagan callar a ésa! - gritaron los verdes apuntando a la planta.
- ¡La gente tiene derecho a opinar! - le retrucaron los otros.
A todo esto la aldovranda papaba moscas y aullaba:
- ¡INFELICES REMOLACHAS MANIATADAS, ALGúN DíA LES LLEGARÁ LA LIBERTAD!
El verdulero avanzó ya como para apretarle el pescuezo. Lo sujetaron.
- ¡No se meta con mis clientas! - bramó el carnicero.
- ¡Vivan las proteínas! ¡Viva el asado con cuero! - gritaron los de su bando. Y arrancaron con un zapateo de malambo.
Una mujer contó cómo se había hecho vegetariana el día que soñó que comía una vaca viva puesta entre dos rodajas de pan. Lloró a lágrima viva recordando cómo la miraba la vaca. Muchos la apoyaron con gritos de “¡Arriba la fruta!”, “¡Vitaminas sí, otras no!”.
La discusión se hizo tan grande que se mezclaron las dos colas y algunos se fueron a las manos.
La aldovranda alcanzó a gritar:
- ¡PELADAS, CORTADAS, HERVIDAS Y APLASTADAS! ¡QUÉ DESTINO EL DE LAS PAPAS!

Y entonces se produjo el gran desbande.
Unos salieron corriendo. Otros se fueron a sus casas protestando porque cada vez que aparecía la planta pasaba lo mismo. Otros se pegaron a la vidriera para ver una vez más el gran duelo: el carnicero y el verdulero frente a frente, uno con la sierra de separar costillas y el otro con la sierra de cortar zapallo.

En medio del mercadito, como dos gladiadores del futuro, quedaron trenzados en un combate feroz.
El destello azul de las sierras al cruzarse iluminaba la ganchera en la penumbra del atardecer.
Entre los gritos de los dos ninjas, se oyó la voz de la aldovranda:
- ¡HERMANAS VERDURAS, VOLVERÉ!

Y se fue. Esta vez con una pierna de cordero porque a la noche tenía visitas.

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