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viernes, 24 de junio de 2011

BITACORA 16 Junio 2011

Lo que sueña un Dragón

A los dragones les gusta soñar. Les gusta porque siempre sueñan cosas hermosas. Los sueños de los dragones no son como los otros sueños, un humo que se va. Son sueños que van tomando forma hasta que se los mira y se los ve de cuerpo entero. Si un dragón sueña con un árbol enorme, lleno de flores, cuando se despierta encuentra a su lado un lapacho un ceibo o un jacarandá. Si sueña con mariposas, apenas abre los ojos ve un mundo de mariposas con alas doradas, con alas azules, con alas de todos los colores revoloteando por el monte.

¿Cómo, si no fuera por los sueños de un dragón, podríamos entender que de repente aparezcan millares de golondrinas en el cielo? ¿Cómo podríamos explicarnos que de un día para otro el campo se llene de flores rojas? ¿Cómo podríamos entender que de la nada salga un arco iris? ¿De dónde aparece un sol radiante en medio de la lluvia?
Sólo se explica por el sueño de un dragón. Y los dragones quedan contentos con sus sueños, porque saben que producen cosas hermosas. Pero una vez un dragón tuvo una pesadilla. Soñó con una espantosa serpiente de siete cabezas, horriblemente perversa, que quería destruir el mundo entero.
- ¡Odio las flores!- dijo una de las siete bocas.
- ¡Odio los pájaros!- dijo otra mostrando los colmillos repletos de veneno.
- ¡Odio los monos!- dijo una tercera cabeza.
- ¡Los mataremos a todos!- dijo otra.
- ¡Los mataremos y los comeremos!- rugió la quinta.
- -¡A los monos y a todos los animales del mundo!
- ¡Y los comeremos y los comeremos y los comeremos!- dijo la séptima.
Entonces se despertó el dragón y alcanzó a ver las siete cabezas que se perdían a la distancia buscando monos y pájaros y flores y a todos los animales del mundo para matarlos y comerlos.
-¡Qué hice!- se asustó el dragón.
Pero no había tiempo para lamentos, y corrió por el sendero marcado por la serpiente donde no quedaban ni rastros de flores ni de animales. El dragón voló y pasó por arriba de la serpiente y bajó cortándole el camino.
-¡Qué lindo dragón!- dijo una cabeza.
-¡ Lo mejor para comenzar a comer!-dijo la segunda.
La tercera no habló. Ya había estirado su cuello con la velocidad de una centella hacia el cuerpo del dragón. Fue un movimiento casi invisible por la rapidez, pero el dragón que sabía con quién estaba soñando, ya no estaba en ese lugar.
-¡Así me gusta! –dijo otra cabeza.
-¡Qué bien que pelea!
-¡Así nos podemos divertir!
-¡Sólo matar y comer es aburrido!
-¡Lo mejor es pelear!
-¡Pelear y matar y comer!
Y la serpiente atacó largando mordiscones para un lado y para el otro.
El dragón se las veía negras tratando de golpear con sus poderosas garras alguna de esas cabezas que nunca estaban en el lugar donde llegaba el golpe. Apenas logró en un momento rozar a la serpiente con las garras y sacarle una escama del cuerpo. Apenas una escama que voló y cayó a lo lejos. Entonces probó con el fuego. Nada en el mundo podía resistir el fuego de un dragón. Dio un paso para atrás, resopló, y largó la llamarada roja más grande que nunca hubiera largado un dragón. Un fuego espantoso, largo, oscuro, que recorrió todo el espacio donde estaba la serpiente. Ardieron los árboles de alrededor y la tierra despidió un humo espeso, enrojecida
por el calor.
El dragón miró el humo que comenzaba a borrarse, buscando los restos de la serpiente, y se distrajo. Cuando se dio cuenta del tremendo salto de la serpiente, ya que estaba envuelto en sus poderosos anillos. Las siete cabezas gritaban y reían y giraban enloquecidas.
-¡Dragón estúpido! ¿No sabías que no hay nada que nos guste más que el fuego?
-¡El fuego nos entusiasma como ninguna otra cosa!
El dragón tiraba tremendos golpes, pero las cabezas siempre estaban en otro lugar, y los anillos de la serpiente apretaban cada vez más. Entonces el dragón voló, voló hasta muy arriba, cerca de las estrellas, donde el frío es como el espanto y todo se convierte en un hielo de muerte que sólo aguantan los dragones.
-¡Eso, un poco más alto! Después del fuego no hay nada que nos guste más que el fríogritaron
las siete cabezas.
Entonces el dragón bajó, bajó como una flecha, se zambulló en el medio del río, en esa zona profunda donde no llegan ni los peces. Así ahogaría a la serpiente.
-¡Eso, eso!- gritaron las siete cabezas -. Nada nos gusta más que estar bajo el agua. Pero después queremos otro poco de fuego.
La serpiente seguía enroscada en el dragón. Siete días y siete noches volaron, lucharon, cayeron, nadaron, subieron, bajaron, siempre como un solo cuerpo. Sin descansar. Al final, en un descuido de la serpiente, el dragón logró escapar de sus anillos. Pero ya no sabía qué hacer. Había probado todas sus argucias y había usado toda su fuerza de dragón, pero la serpiente parecía invencible.
-¡Nos estamos divirtiendo como nunca!-gritaron las siete cabezas.
-¡Jamás nos había pasado algo tan hermoso! ¡Te queremos, dragón! ¡Que esta pelea no se acabe en mucho tiempo!
-¡Nos aburren las peleas tontas con animales tontos!
-¡Queremos pelear, pelear y pelear!
-¡Atacá de nuevo, dragón! ¡Te estamos esperando!
El dragón retrocedió un poco.
-¡Estás escapando, dragón cobarde!
El dragón pensó en volar, volar muy alto y muy lejos, y olvidarse para siempre de esa serpiente. Pero entonces ella mataría a todos los animales. No había caso. Escapar no servía. Pero si…quizás sí podría servir…
El dragón voló hacia lo alto. Subió y subió, burlándose de la serpiente, mientras las siete cabezas lo llenaban en insultos. Y legó hasta el lugar más alto, arriba de todas las nubes y las sombras. Entonces planeó en círculos. En grandes círculos, dejándose llevar por el viento. Y allí, mientras planeaba, cerró los ojos y se durmió.
Ya sabía lo que tenía que soñar. Y soñó.
Soñó con pájaros y flores, soñó con ríos crecidos, soñó con el arco iris, y cuando en medio del sueño apareció la serpiente de siete cabezas que peleaba enloquecida de furia, se dio vuelta en el aire para borrar su sueño. Porque los sueños se borran si uno se da vuelta para el otro lado mientras está soñando. La serpiente se borró. Se borró de golpe, sin dejar ningún rastro de serpiente. Entonces el dragón abrió los ojos. Estaba cansado, pero voló muy rápido para volver a
ver el sitio de su pelea. El lugar estaba como antes. Como siempre. Estaban los árboles y las flores. Estaban las mariposas y los monos. Y no había rastros de la serpiente. Ningún rastro de la pelea.
Apenas una escama que brillaba y no brillaba en el suelo.




El sueño de Agustín:
Soñé con un dragón que despedía fuego y se tragaba mi espada. Entonces busqué un conejo (porque yo sé que los dragones se asustan con los conejos) en una plantación de zanahorias. Y cuando el dragón se distrajo mirando al conejo le bajé los pantalones y se le vio el calzoncillo de Dora la exploradora. Y me desperté y mi abuela me había traído un libro de dragones.

El sueño de Mariana:
Yo sueño siempre con la escuela. Esas son mis peores pesadillas.

El sueño de Facundo:
Yo estaba sentado en el borde de un balde y mi primo me empujó y yo me caí adentro del balde que se hizo enorme y me ahogaba.

¿Cómo desaparecen los sueños feos?

La receta de Santi:
Me lavo la cara con agua fría (sobre todo si sueño con Chucky)

La receta de Facu:
Le cuento a mi mamá y después me vuelvo a dormir.

La receta de Rocío:
Me doy vuelta y sueño otra cosa.

¿Qué podía hacer el Dragón?


- Soñar que vencía a la serpiente. (Rocío)

- Soñar que el sueño no había existido nunca, que había sido una fantasía. (Agustín)




Ilusiones


En la magia de los sueños
ellos vienen desde lejos.
Son las brujas caprichosas,
son las hadas misteriosas.
Son los duendes,
los fantasmas,

y los seres con espadas.
(Cuando llega la mañana
son burbujas,
no son nada.)

Isabel Muñoz










(uno más para antes de irse a dormir)

Imagen: Carolina Farías
Cuento con dragones y princesas

Cuando Kerpo llegó al mundo, su mamá dragona lo miró con ojos llameantes. Lo vio tan bello que supo que su vigésimo séptimo hijo no sería un dragón más.
Y es que Kerpo era particularmente hermoso, con su cuerpo regordete y rollizo. Su piel escamosa era de un verde brillante y sus dos alas se movían acompasadamente, provocando delicadas brisas o violentas ráfagas.
Si uno lo miraba profundamente a los ojos, podía conocer el color de todos los atardeceres de Siam, la aldea cercana a su hogar. Como todo dragón que se precie de tal, tímidos fueguitos asomaban por debajo de su lengua.
A medida que fue creciendo, su belleza lo tornó famoso. Dragonas de otras comunidades venían a conocerlo, a admirarlo. Y es que Kerpo era ahora todo un dragón adolescente, dueño de una belleza salvaje y capaz de producir llamaradas indómitas.
Sus admiradoras lo acosaban, lo perseguían, lo invitaban a tomar el té en hermosas cazuelitas de porcelana. Le escribían cartas apasionadas, aunque habitualmente su fogosa mirada las quemaba antes de llegar a leerlas.
Pero a Kerpo no le importaban demasiado aquellas dragonas cabecitas huecas y atrevidas. Prefería seguir con su vida simple de dragón, que es una vida muy hogareña y familiar.
Se levantaba cada mañana, se lavaba los dientes con aguarrás y una vez por semana se hacía gárgaras con pólvora, para que su fuego tuviera también algún efecto sonoro.
Después, caminaba por las colinas de Siam, siempre alerta, ya que no eran pocos los cazadores de dragones por aquellas comarcas.
Luego, compartía con su familia un plato de cerezos maduros y entonces, sólo entonces, cuando salían las primeras estrellas, se aventuraba por la aldea.
Una de esas tantas noches, conoció a la princesa Lee-Fú, que en mongol antiguo significa “amante de dragones”. Lee-Fú no sabía el significado de su nombre, ya que la única profesora de mongol antiguo de Siam, se había fugado con un luchador de sumo.
Aquella noche, la princesa se encontraba en sus aposentos reales, con su túnica de seda bordada en hilos de oro, que era la que usaba de entre casa, por si se manchaba con sopa de tortuga. Se había peinado con un alto rodete sujeto con dos palitos.
Silenciosamente, Kerpo se introdujo por una ventana, en el cuarto de Lee-Fú. Observó a la princesa que, de espaldas, se pintaba las uñas de los pies con esmalte de cañas de bambú.
Kerpo sintió que el corazón le ardía. El amor lo consumía, lo incendiaba, lo incineraba.
Cuando Lee-Fú hubo terminado de pintarse sus dedos meñiques, que eran los más difíciles, se incorporó. Fue entonces cuando sus ojos rasgados se encontraron con los del dragón.
Lejos de asustarse, Lee-Fú lo recibió con amabilidad y le ofreció tomar asiento en un taburete de terciopelo. Kerpo no pudo hacerlo, porque su larga cola en punta se lo impedía. La princesa lo convidó entonces con un copón de jugo de centella asiática. Pero cuando Kerpo se dispuso a beberlo, llamaradas incontenibles salieron de su boca.
En ese momento, la princesa pegó un grito aterrador: el esmalte de cañas de bambú se derretía al calor del fuego. Con el trabajo que le habían dado los dedos chiquitos…
En cuestión de segundos, el fuego se apoderó de las cortinas de finísimos tules, de las alfombras de piel de víbora, de los abanicos multicolores que adornaban las paredes y hasta de la foto del viaje de egresados de Lee-Fú en Pekín, con sus compañeros de curso.
Al ver el incendio, los cortesanos juntaron agua en teteras de plata y corrieron a apagarlo.
Cuentan en Siam que las llamas tardaron horas en extinguirse. El palacio todo quedó convertido en cenizas. Recuerdos de dinastías milenarias eran ahora una montañita gris.
De la princesa no se encontraron rastros.
Pero algunos dicen haberla visto remontar vuelo, sobre una extraña criatura alada, con los ojos del color de todos los atardeceres.

Valeria Dávila

Este cuento ganó el Segundo Premio del Tercer Concurso Internacional de Cuentos para Niños de Imaginaria y EducaRed.

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